LOS
HOMBRES NO LLORAN
Por
Lázaro Daniel (Ladagoval)
Viejo,
han pasado cinco años de tu partida y aun me parece mentira.
Como
cada año te escribo, es la terapia elegida para sopesar un tremendo dolor, una
gran tristeza, y una enorme impotencia, además
cumplo con la promesa que te hice, aquel tercer domingo de junio del 2009, unos
días antes de que partieras, cuando me recalcaste que jamás te olvidara.
Viejo
no sabes cuanta falta me haces…hago de tripas, corazón para mantener la calma,
para sobrellevar un dolor indescriptible y una añoranza de poder tenerte de
vuelta, cuando se que es imposible, al menos en este mundo.
Todavía
recuerdo como se me unión el cielo con la tierra y yo pidiéndole a Dios que me cediera
tu puesto, tal vez fui hasta egoísta porque mis dos angelitos quedarían sin
padre, pero era la única respuesta que encontraba en un momento difícil, de
angustia y de desesperación total.
Utilizo
cuanto mecanismo terapéutico y psicológico existe para tratar de minimizar al
menos este sufrimiento y sabes algo? Me es imposible…y creo que me es imposible
porque para mí no es posible que hayas partido cuando aun no te correspondía.
La historia dirá su última palabra.
Trato
centrar mis esfuerzos y energía en ser cada día mejor ser humano, a pesar de
los pesares y contra todos los obstáculos que nos imponen los paradigmas
sociales, creados por nosotros mismos los seres humanos, nuestra propia contradicción
y negación. Me cuesta mucho lograr eso y otras cosas más…
Algo
si me queda claro ya no estás físicamente con nosotros y tal vez ese temor de
no protección y de ausencia me han convertido en un ser más sensible, susceptible
y melancólico.
Siempre
me digo que no debo llorar, recuerdo que una vez de niño me dijiste: “Los
hombres no lloran”…, luego cuando estaba más crecido, te vi llorar como un
niño, pero jamás te reclame nada porque sabía que llorabas por una razón muy
grande, acababas de perder a un ser que adorabas: Tu mamá. Fue cuando comprendí
que todos necesitamos llorar para desahogar las tristezas. Ese día no te deje
llorar solo, ese día también llore junto a ti y te abrase tan fuerte como pude,
porque sé que necesitabas un gran abrazo, no fue el de abuela, pero al menos
fue el de este hijo tuyo que tanto te amado, te ha respetado y admirado.
Hoy hubiese querido tener ese abrazo, pero
desafortunadamente mis dos angelitos no estaban para hacerlo, así como lo hice
yo contigo.
Creo
que rompí con mi propia promesa de no agobiarte con tantas letras cargadas de
un tremendo sentimiento. No sé si desde donde te encuentras podrás leer o no estas letras, pero al menos creo acercarme más a ti.
Discúlpame
papá por tanta palabrería…
Wow!!!
Cuanto te necesito hoy, mañana y siempre!